La incursión de Eielson en diferentes vertientes creativas del arte contemporáneo y su experimentación múltiple dedicada a la literatura y las artes plásticas lo llevaron a producir performances e instalaciones en las que unifica distintos lenguajes: sonoros, lumínicos, pictóricos, visuales y escultóricos, en su preocupación por acercar el arte a la vida y considerarla un acto poético. En 1957 retomó su trabajo pictórico con el proyecto El paisaje infinito de la costa del Perú, una secuencia que se transformó en el tiempo. El artista empezó creando composiciones con arena, huesos de animales, cabellos humanos, pájaros muertos y huellas de su propio cuerpo. Fue así ocupando el paisaje, para finalmente añadir restos de vestidos, y con ellos terminar por hacer nudos.
Luego desarrolló una serie de instalaciones-performances en las que utilizó grandes tejidos, como una “escritura de trapo” –según sus propias declaraciones– en las que se puede reconocer el hilo conductor de su creación poética y visual. La Scala Infinita formó parte de la muestra del mismo nombre llevada a cabo en la Galería Lorenzelli Arte de Milán en 1998. En la primera sala se encontraba una serie de grandes telas pintadas, sin manipular, que representaban los nudos como metáfora de la existencia, elemento presente en muchas de las obras del artista. En la segunda sala, la instalación estaba formada por una gran tela de algodón blanco, a manera de sudario de forma circular, que cubría objetos y personajes, revelándolos como formas escultóricas sutiles. Dos escaleras anudadas con un cordel se encontraban sobre el centro de la tela, ofreciendo una evasión hacia el cielo. La tela –que formaba un continuum de pliegues, entendidos como los elementos que se proyectan hacia el infinito– cubría el suelo de la instalación, creando un universo dentro de un espacio delimitado en el cual se desarrollaba la escena.
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