Oswaldo Vigas se expresa en un lenguaje expresionista con personajes fantásticos y escenarios oníricos. Establece la figura de la mujer como el arquetipo icónico de su obra. Al ganar, en el año 1952, el Premio Nacional de Artes Plásticas del XII Salón de Arte Venezolano del Museo de Bellas Artes, con su obra “La Gran Bruja”, se produce un gran e importante impacto, así como polémica por el lenguaje plástico de la obra, ajeno a las tendencias que dominaban. Esta obra marca el comienzo de su serie conocida como “brujas” y el punto de partida de su indagación etnográfica, a través de la representación de las diosas madres precolombinas.
Tras cuarenta años de producción artística, y a partir de la exposición en el Palacio de la Moneda en París (1993), de un conjunto de obras de su pasado, Vigas se aleja de la representación de las diosas y gira hacia la representación de lo vital. “La Béte et la Carcasse”, obra que pertenece al MAC Lima, es producto de esa época en que el cambio de lenguaje lo lleva a la reinvención de su pintura a través de una síntesis colorista y economía de medios que lo obligan a aislar la figura deformada, exagerada, acentuada por la línea, y el plano cromático y homogéneo.
En la composición vemos como un animal cuadrúpedo aparece sobre la línea diagonal que separa el espacio en dos y avanza con actitud amenazante y las fauces abiertas, de donde emana una forma orgánica que se eleva al cielo.