El Sol nos acompaña siempre. Su radiación electromagnética nos rodea, estamos sumergidos en ella, es omnipresente en nuestra existencia. Las mitologías de diferentes culturas se han sostenido sobre alegorías del Sol. El amanecer de un día soleado, luego de varias semanas o meses nublados —especialmente en una ciudad como Lima— es recibido como una señal positiva, un augurio de bienestar. La piel expuesta a la luz solar produce vitaminas fundamentales para la subsistencia. Asimismo, los cuerpos humanos y sus ciclos, como los de otros seres con los que convivimos en la Tierra, responden a las fases de luz y oscuridad. La vida en la heliosfera está organizada a partir de los nexos con el Sol, que nutre y cura, pero que también puede atentar contra la supervivencia. Frente a la energía y dimensiones de esta estrella nuestra capacidad de compresión de tiempos y espacios se desmantela. Ha estado ahí desde siempre, representa una potencia incalculable y excede las nociones de escasez y producción.
El proyecto Retorno Solar de Luis Enrique Zela-Koort, ganador del Premio MAC Lima de Arte e Innovación 2022, propone volver al Sol como representación de todo lo que existe y ha existido, testigo y agente creador de los hechos de la historia de la Tierra y del fragmento que, en este caso, representa la historia de la humanidad. La instalación plantea recuperar las posibilidades de lo que pudo y puede ser mediante el Sol, afirmando el urgente cuestionamiento de las nociones de progreso y productividad, y la necesaria transformación de conceptos como cultura, espiritualidad y conocimiento. Esto, en el contexto de la Cuarta Revolución Industrial y ya en el camino de la posible Sexta Extinción consecuencia de las actividades humanas, que se evidencia en la actual crisis medioambiental. Las obras que son parte de la propuesta se articulan a través de los ciclos del Sol: los colores en ellas, los cambios y crecimientos, los brillos y sus percepciones —como todo en la existencia terrestre— responden a la energía solar.
La exhibición incluye, en un primer espacio, materiales que remiten al proceso de desarrollo del proyecto. Entre ellos se encuentran una serie de pinturas fotocromáticas, que se activan como un termómetro de color que puede medir la intensidad solar del día, una serie de relieves dorados y serigrafías hechas con tinta de espirulina. En el segundo espacio se encuentran un grupo de esculturas, conectadas a tubos solares, que cristalizan los reflejos y proponen una conexión directa con las manos, el rostro o el cuerpo de los espectadores. Así, se constituyen como altares de sanación y contemplación, en los que el público puede acceder a los beneficios de la energía solar. Además, la instalación incluye dos piscinas de espirulina —que toman la luz y la convierten en materia— sobre las que se ubican piezas que afirman el rol del Sol como núcleo biológico y como portal: una escultura hecha a partir de los ojos de animales en peligro de extinción y un dispositivo con espejos que proyecta reflejos y sombras. Este conjunto de obras propone un retorno hacia esta fuente para cuestionar el conocimiento antropocéntrico y responder a los retos actuales, comprendiendo los límites de nuestros esfuerzos y las consecuencias de nuestras actividades. De esta manera, se propone recuperar la consciencia de que existimos en el Sol con el objetivo de pensar cómo hoy puede ser posible conjugar el desarrollo tecnológico humano con las proyecciones de vida, convivencia y supervivencia de los ecosistemas de la Tierra y los seres que los habitamos.